miércoles, 24 de julio de 2013

La dicha majestuosa de ser alumno de la Ínclita Doctora Dina del Carmen Gamero Flores.

HOMENAJE A LA DRA. DINA DEL CARMEN GAMERO FLORES.

La vertiginosidad con la que se presenta el postmodernismo pedagógico del siglo XXI, se fundamenta sobre una estructura en la cual se destaca que la calidad del docente es importante al momento de delimitar la calidad de educación que queremos. Sirva este articulo para rendir un homenaje a una figura de gran valor para  la educación salvadoreña; la Doctora Dina del Carmen Gamero Flores.

La Doctora Dina del Carmen Gamero Flores me concedió el honor de ser mi profesora en mis estudios de Maestría en Administración de la Educación, en la Universidad Pedagógica de El Salvador. Con amor y paciencia me enseño la importancia del Diseño y Análisis del Currículo y el Análisis de Sistemas Educativos, en donde después de haber recibido sus enseñanzas; puedo argumentar con propiedad que ella fue la mejor profesora de mi vida, con su ejemplo me mostro que existen pocas cosas comparables con la emoción intelectual de ver cómo aprende un alumno. Pude observa durante el desarrollo de cada una de sus clases como sus ojos adquirían un brillo espectacular, brillo muy semejante al destello luminoso de un lucero y eso en gran medida se debía a que uno podía percibir el momento exacto en el que la mente se enriquecía gracias al mágico instante en que de forma  indescriptible adquirías amor por la enseñanza de esta magistral educadora.

 Ella manifestaba que sentía sumo placer en el momento en que sus estudiantes, podían establecer una tertulia pedagógica con ella de igual a igual, en un día, ella argumento que es precioso el ver como un estudiante llega a superarse más que su profesor, pero en el caso de semejante personalidad, tenerla por docente era el equivalente a sacarte el Premio Nobel Pedagógico, ya que aprender de esta dignísima maestra hace que el estudiar sea una acción justificada por la cual vale la pena hacer todo el esfuerzo posible.

Por desgracia, muchos profesores aún no han tenido la fortuna de vivir el reconocimiento que hace el estudiante cuando su docente llena las expectativas académicas que uno requiere en su formación profesional, sobre todo en el contexto de educación superior universitaria, y esto se debe a que muy pocos estudiantes podrían olvidar a un docente de calidad y un docente mediocre, motivo por el cual en estas líneas se destaca la calidad docente de la Doctora Dina del Carmen.

Recuerdo su primera clase como si el tiempo actuara de manera regresiva. Se acercó al aula, finamente vestida, nos alumbro con una sonrisa preciosa, sonrisa que mantuvo de manera desmedida durante las 4 horas que duraba la clase, así era su expresividad, le permitía a  sus estudiantes, conocer la humildad de un lindo ser humano, pero a su vez conocías lo deslumbrante de su conocimiento, el cual generaba a mis oídos una sed de conocer más sobre los temas que abordaba. Desde el primer momento noté que ella tenía una recarga de combustible nuclear en el cerebro. Fue abrir la boca y darme cuenta de que nunca había tenido una profesora así en mi vida, su lucidez mental despampanaba a cualquier docente, percibí que ella estaba ansiosa por enseñar, nuevamente debo argumentar que ella fue caudal incontinente de conocimiento. Jamás se sentaba, su expresión corporal te hacía pensar que estabas en un viaje mental con ella, te trasladaba por caminos del conocimiento nunca antes cursados y siempre tenía sus oídos listos a escuchar nuestros argumentos, los cuales ella agradecía constantemente por considerarlos las joyas que conformaban el tesoro de la ciencia de la clase. 

Siempre recordare sus carteras de gran tamaño en las cuales transportaba los libros que se ocupaban en la cátedra y terminabas por leer de manera constante y permanente en cada una de sus clases. Al dejar a un costado del pupitre sus bolsos, ella se dejaba llevar por un arrebato didáctico feroz, de modo que, si se hubiera hundido el mundo, no nos habríamos enterado, sus clases eran tan interesantes y entretenidas que siempre fueron un gusto recibirlas y hoy con el transcurrir de los años, son recuerdos anhelados que forman parte del bagaje de nuestra vida profesional.

La Doctora Dina del Carmen Gamero, tenía una capacidad extraordinaria para explicar las teorías académicas y los conceptos que formaban el caudal de la clase, cuando alguno de nosotros no los entendía, no los volvía a explicar, sino que recurría al uso de metáforas majestuosas en las que auxiliándose de la metodología activa, transformaba el conocimiento en una herramienta útil para la vida diaria de sus estudiantes. Entendí entonces que las metáforas son imprescindibles para enseñar, porque son una vía directa a la comprensión de lo complejo, e incluso de lo inaccesible. Desde entonces desconfío de los científicos que las desdeñan.

Sus fórmulas no parecían arcanos académicos, sino que, desde la pizarra, nos explicaban el mundo a gritos. A menudo nos fulminaba con unas miradas y unas sonrisas de alto voltaje que te taladraban y te bloqueaban el camino de salida. Era imposible no aprender con ella, sus clases te despertaban una pasión intelectual que nos permitía crecer academicamente como profesionales de la educación. Cuando ella formulaba una pregunta desconcertante y algún estudiante la contestabas, su emoción era extraordinaria y contagiosa, más de una vez replicaba admirado: “Increíble: ¿cómo lo has sabido?”. Y por un momento uno se sentía Vigotsky, Piaget, Picardo y Freire, todos ellos juntos; eso te hacía respetar y querer a los grandes mitos de la ciencia educativa, pero también te hacía ver que la pedagogía es una búsqueda de explicaciones salpicada de errores y siempre insatisfecha. Éramos demasiado jóvenes para aceptar que las verdades de hoy tenían muchas posibilidades de ser los errores de mañana.

Lo gracioso es que, cuando te preguntaba, te hacía decirle cómo lo habías sabido, no solo quería enseñarte; ella se interesaba en saber cómo pensabas. Una respuesta aguda a sus maliciosas preguntas era para ella un acontecimiento, y cuando la respuesta no era acertada, no importaba, porque daba paso a una derivación a veces más interesante que la opción canónica.

Durante el desarrollo de sus clases, ella no solo explicaba cómo eran las cosas, sino también cómo no eran, te explicaba el por qué y por qué no. Le interesaba tanto profundizar en el sí, como en el no; siempre databa las corrientes de pensamiento pedagógico, personalizaba los aportes de los pedagogos y dejaba claro que la pedagogía no había caído del cielo, sino que había sido construida, con un esfuerzo sobrehumano muchas veces dirigido contra los propios prejuicios del descubridor, por personas que habían vivido aquí y allí, en tal época y tal otra.

En su aula tenías la sensación de ser tan afortunado que no podías evitar hacerte una pregunta: ¿Me merezco yo estas clases? Con ella era imposible no estudiar, te habrías sentido miserable y sin duda alguna lo habrías sido, puesto que ella era una profesora con todas las virtudes que adornan a los grandes directores de orquestas sinfónicas, la ínclita Doctora Dina del Carmen, sabía sacar lo mejor de quienes estábamos delante de ella y al final, a muchos de nosotros nos daban ganas de aplaudir al finalizar sus clases.

También fue una buena investigadora, no en vano tiene un Phd  de Stanford University, pero a mi ver era mejor aún en el aula. Cuando ya no fue mi profesora, decidí que sería imperdonable perder la oportunidad de pedirle que me diera el inmerecido honor de ser mi asesora de tesis y la busqué. Tuve la inmensa suerte de ser su amigo y de conocer a su admirable vida.

En realidad, me siento su discípulo moral y, en algunas materias que imparto a nivel universitario, antes de decidir qué pienso yo, me gusta imaginar qué pensaría ella.
Fue una excepcional profesora universitaria, pero estoy convencido de que hay casos similares en cualquier otro nivel. Porque ¿cómo puede uno olvidar al profesor que le enseñó a leer? ¿O a la profesora que te explicó las tablas de multiplicar? ¿O a aquella que te hizo intuir la magia de los números primos?  La pregunta es: ¿cómo olvidar a quien hizo posible que hoy ames la lectura, tengas la pasión por las ciencias de la educación, hayas asumido el concepto de luchar contra los molinos de viento o hayas cambiado para siempre tu manera de interpretar la realidad social salvadoreña? ¿O como dejar en el olvido a aquel profesor que te enseñó a analizar en silencio y con respeto los argumentos que contradicen tus más firmes convicciones?

Sin duda alguna la Dra. Dina del Carmen Gamero Flores hace mella en la eternidad del conocimiento, puesto que ella nunca sabrá dónde termina su influencia en nosotros sus alumnos.

DIOS LA BENDIGA POR SIEMPRE



Att.

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